miércoles, 11 de enero de 2012

Niebla

Me asomo a la ventana. Fuera, la niebla se ve densa, impenetrable, como si más que caminar entre ella, las personas se sumergieran. Parece que se ahoguen en ella. 
La niebla se aferra al paisaje con sus dedos húmedos, fríos y muertos. Como un océano embravecido, se va tragando todo poco a poco. El frío cala en los huesos. La gente tirita. No ven mucho más allá de unos pocos palmos. Gotitas de agua relucen en sus cabellos, en sus abrigos. Narices rojas, pómulos rojos, labios amoratados. Manos hinchadas y enrojecidas. 
Cualquiera pensaría que salir hoy no es buena idea. Cualquiera diría que es mucho mejor arrebujarse en la cama con un buen libro y aprovechar lo mejor posible el poco calor que conserven las mantas.
Pero yo no puedo. Yo tengo que levantarme, vestirme, hacer amago de peinarme, lavarme la cara. Prepararme para pasar frío, unos minutos, unos metros. Sé que si el camino de ida se me hará largo, el de vuelta será eterno. 
Pero todo vale la pena por el rato que paso allí. El frío. La humedad. El tiempo que pasaré tratando de volver a entrar en calor. Todo vale la pena, por unos segundos de auténtica calidez. Por unos ojos en los que perderme, dejarme ir, y tener la seguridad de que no me pasará nada malo. Por eso, todo vale la pena.
Vamos allá. Once menos veinte. No pienso en el frío, ya no. Solo pienso en el calor. Lo largo que será el camino de vuelta, me da igual. No importa. Mañana volveré a recorrerlo. Y al otro. Todo por veinte benditos minutos arañados de mala manera a la rutina. Esos veinte minutos que me dan la vida.
Esos ojos que hacen que valga la pena vivir. Esas manos que dan esperanza a un alma muda y a un muñón dolorido. Esa boca que da la posibilidad de reír, de besar. Todas esas palabras. Pocas. Siempre calibradas. Tal vez no tan apasionadas como me gustaría. Cínicas, a veces. Irritantes otras. Descarnadamente despiadadas, cuando tratan de hacerme ver. Duras.Quizá a veces demasiado pocas.
Pero son de las pocas cosas que me dan la vida. Y ahora mismo, daría mi vida por ellas. Tenga o no tenga sentido, porque, ¿de qué serviría mi vida sin sus palabras?
Y la mayor parte de las veces, su dureza es solo aparente. La mayor parte de las veces, solo son lo que tienen que ser.
Porque siempre serán mejor palabras duras y reales, que palabras dulces y mentiras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario