domingo, 15 de enero de 2012

Golpes.

Portazo. No quiero pensar. No quiero volver la vista atrás y ver las cosa que siguen igual. Prefiero correr hasta que me ardan los pulmones, hasta que sienta los músculos de las piernas destrozados, y centrarme en todo lo que ha cambiado.
Con cada latido frenético, con cada inspiración acelerada. No pienso, solo siento. El frío me corta los brazos, los dedos de las manos, afilado como un cuchillo; pero me arde la garganta. Aprieto los dientes y corro, tratando de ser más rápida que mis emociones, más rápida que mis recuerdos.
Jadeo.
Aprieto más el ritmo. Soy fuerte, realmente fuerte. Puedo correr más.
No puedo.
No sé en qué momento pierdo el pie. Solo sé que caigo de bruces con un crujido de ramas rotas. El suelo está duro, congelado; las ramas de las plantas muertas, castigadas por las heladas, son quebradizas. Uno me golpea; las otras me abren la piel. Tengo frío.
Estoy helada.
De bruces contra la realidad. Una vez más.
No puedo escapar.

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