jueves, 12 de enero de 2012

Doce de enero; agotamiento

Dos hombrecitos. Imagina dos hombrecitos diminutos con dos diminutos martillos, de pie tras tus globos oculares. Levantan el martillo a la vez, y golpean. Justo entre el ojo y la cuenca. Reverbera por todo el cráneo. Vuelven a levantarlos. Golpean. Una y otra vez. Una y otra vez.
Solo se alivia si cierro los ojos. Parece que la oscuridad los tranquiliza, aunque si los abro, me duele igual. Lo mismo pasa con los movimientos bruscos. Me marean.
En resumen; me duele la cabeza. Un horror. No quiero levantarme e ir a cenar, quiero tirarme en la cama y dormir una era entera. O varios eones. Pero dormir.
"Ting". Suena la campanita de la freidora. En nada, mi madre nos gritará para que vayamos a cenar, y yo sentiré fuegos artificiales tras los párpados. Dolor. 
Al menos, ya es jueves. Siempre llego a los jueves agotada, deseando solo dormir. Pero el viernes por la mañana se me ocurren mil motivos para levantarme, y claro, lo hago...
Volviendo a casa en el bus, escuchaba música otra vez. Suave, suavecita, la voz desgarrada de Taylor Momsen me va acunando. Procuro no escuchar la letra. Hay demasiado dolor en la voz de esa niña mujer, tan vieja por dentro. Pero ahora, me sabe a miel. Me calma. Pienso en llegar a casa, oír tu voz, dejarme caer en tus brazos... hasta que el autobús da un bandazo y la ilusión, el delirio de la fiebre, se desvanece.
Aún no. Aún no. Aún no...
Pero ese "aún" solo significa que algún día, sera "sí".

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