viernes, 30 de marzo de 2012

Canción


Final

Hacía frío.
Afuera, los copos de nieve caían como cristales rotos. Como si al salir descalzo pudieras cortarte los pies.
A Vida le habría gustado hacerlo.
Tenía la certeza de que si apoyaba la mano en el cristal, el moreno se disolvería en blanco y el frío se la llevaría.
Pero no lo hizo.
Porque no ocurriría, y ella se llevaría otra desilusión.
Hacía frío, y el sonido de la escarcha al romperse cuando el chico empujó desde fuera la ventana helada y entró sonó como un augurio, como una profecía.
Vida habló sin volverse, de espaldas.
– Al fin lo has hecho.
– Sí – murmuró el joven, y su tono sonaba atormentado a la par que satisfecho. Liberado –. Lo siento, Vida. 
La chica se volvió despacio, con los enormes ojos rasgados vacíos. Ladeó un poco la cabeza.
– ¿Sabías su nombre?
El chico negó con la cabeza.
– La había visto muchas veces antes, pero nunca pensé en preguntarle su nombre. No se parecía nada a ti. Era rubia…
Vida asintió, cansada.
– Hemos perdido, Demian. Esta vez sí que hemos perdido.
–No, tú no, Vida, tú no…
La joven cerró los ojos, con una expresión de infinita tristeza.
–Te equivocas – susurró, ofreciéndole las muñecas desnudas. La maraña de cicatrices de sus antebrazos, aquella red pálida sobre el moreno de su piel –. Te equivocas…
Demian dio un paso atrás, tembloroso.
–No me pidas eso. Sabes que nunca…
–Al menos tú puedes salvarte.
El chico bajó la cabeza; habían hablado de aquello una sola vez. Pero había bastado. Sabía a qué se refería ella. Sabía que deseaba hacerlo. Sabía que ella sería libre al fin.
Sabía que no quería hacerlo.
–No puedo, Vida, de veras que no puedo…
–Sabes que puedes, Demian. Y sabes también que yo nunca pude vencer.
Un año antes


Demian

Entro en la casa haciendo mucho ruido al girar la llave, por si Vida estuviese pintando, o haciendo algo que yo no debería ver. Así le doy tiempo a esconder su dibujo, o a ocultarse. La verdad, no sé a qué dedica Vida los días que yo paso fuera de casa, y siento una tremenda curiosidad por saberlo. Pero no voy a preguntar. Otra cosa no, pero Vida es la reina de las mentiras.
Ya me lo contará cuando esté preparada. Si es que algún día llega a estarlo.
– ¿Vida? – llamo, caminando por el pasillo oscuro. La luz del baño está encendida, así que arrojo la chaqueta en mi cuarto, confiando en que caiga en la cama, y sigo hasta el baño –. Hola.
Ella alza la cabeza un momento, lo justo para mirarme y esbozar una media sonrisa de esas suyas, melancólicas, frías. Se me forma un nudo en el estómago, y aprieto los puños.
Cuando me mira así, no puedo evitar desear matarla.
Trago saliva y le devuelvo la sonrisa. Ella es la reina de los mentirosos, yo el maestro de los actores.
No quiero saber cuánto durará esto.
– ¿Qué tal el trabajo? – pregunta, con desinterés, mientras sigue frotando con energía el lavabo.
A eso dedica los días, que yo sepa. A limpiar, ordenar, lavar nuestra ropa, planchar… a mantener habitable el piso de mierda en el que vivimos, un bajo destartalado que se cae a pedazos. No es que no se lo agradezca, si de mí dependiera, esto sería un caos, pero no entiendo por qué pierde el tiempo con estas tonterías, cuando podría hacer tantas cosas.
Me exaspera.
Y entonces debo tragarme la rabia, porque si no, no podré evitar hacerle daño.
Y no quiero.
Sí quiero.
–Bien – respondo, al darme cuenta de que me está mirando –. Como siempre. No es algo difícil, ¿sabes? No como limpiar una y otra vez los baños cuando solo somos dos y no los manchamos tanto como para que sea necesario.
Bufa, enfadada.
–Lo dices como si tuviera algo mejor que hacer.
–Dibuja. ¿Cuánto hace que no dibujas nada?
–No tengo tiempo – replica. Alzo una ceja, tratando de encontrar la lógica en su razonamiento.
– ¿No tienes tiempo de dibujar porque te pasas los días limpiando cosas que no necesitan ser limpiadas, y limpias porque no tienes nada mejor que hacer?
No me responde y no insisto, ¿para qué? No se me dan bien estas cosas. Además, tampoco es que me importe tanto.
Es guapa.
Es dulce.
Es más fuerte de lo que ella cree.
No le importa vivir con un chico que siente el impulso de matar cuando ve una persona que le despierta determinadas cosas.
No me despierta esas sensaciones.
Lo lamenta.
Y es una suicida.
Vida
Demian se aleja por el pasillo, supongo que a su cuarto, o a hacer la cena, cosa que no estaría de más, dado que yo no puedo evitar ver un cuchillo a mi alcance y hacerme un corte, o ver algo que quema y apoyar la palma de la mano encima. Y así nunca acabo de cocinar nada.
Hace un frío de mil demonios, arrodillada en el suelo de baldosas, con el agua helada empapándome las manos y los antebrazos, pero me gusta. De pequeña soñaba con morir de frío, acurrucarme en un agujero en la nieve y dejarme ir. O quedarme congelada en el hielo, como una preciosa estatua atemporal.
Mi madre, antes de que me internaran y perdiera toda esperanza de que yo viviera, solía decir que era la niña más bonita del mundo. Yo no sé de eso, jamás me he molestado en intentar saberlo. Tampoco me serviría de nada allí a donde voy.
Oigo a Demian abrir y cerrar armarios en la cocina; me alegro, eso significa que cenaré algo en condiciones. No he comido, ni siquiera lo he intentado. Demian monta en cólera cada vez que ve un corte nuevo, una quemadura, incluso las magulladuras lo sacan de sus casillas. Antes, al principio, lo provocaba, me hacía mil cortes, tratando de que en algún momento su furia fuera lo bastante grande como para matarme.
Pero nunca funcionó.
Era una paradoja estúpida; no le gustaba ver que me hacía cortes, porque suponía que al final uno sería más profundo que los demás y acabaría matándome. Y cuando veía que a pesar de todo me los hacía, deseaba matarme.
Era ridículo, pero no por eso dejaba de ser.
Demian y yo nos parecíamos mucho cuando nos conocimos, físicamente, quiero decir. Luego, al crecer, sus rasgos se tornaron más duros, su piel mucho más pálida, y su pelo, negro como el mío, se convirtió en una maraña de rizos ásperos, hasta el punto de que tuvo que cortárselo casi al rape. Yo, en cambio, evolucioné hacia lo que las celadoras definieron como “una belleza sureña”, con el largo cabello liso, los ojos todo lo rasgados que puede tenerlos una occidental, los pómulos altos y la boca y la barbilla pequeñas. En cuanto al resto de mi cuerpo, quedó condenado a una infantil inmadurez, delgada hasta extremos que hicieron pensar en una anorexia – a veces pienso que no hubiera sido mala forma de matarme, pero no me atrae, no sé por qué –.
– ¡Vida! – grita de pronto Demian, arrancándome de mis pensamientos de un tirón –. ¡Ven a cenar!
Miro el bidé enjabonado; debería pasarle la bayeta antes de cenar, para que la espuma no deje marcas.
– ¿Y qué más da?
Seis meses antes


Vida

Demian está tardando lo suyo en volver.
No es que me importe, claro que no, pero aún así… no es propio de él dejarme tanto tiempo sola, va en contra de su neura de protegerme las veinticuatro horas del día, con una llamada cada hora. Si no contesto, como ya pasó en una ocasión – estaba en la ducha, no cortándome las venas – se presenta en casa dispuesto a ejercer de caballero andante y salvarme la vida.
Aunque desee matarme.
Bueno, a mí y a todos.
No entiendo de dónde le viene ese ansia, y creo que él tampoco. Nunca hemos hablado mucho de eso. Ni de nada. A Demian no le interesa hablar. No le interesa comunicarse, ni nada por el estilo. No siente nada por mí, ni amor, ni amistad ni ninguna tontería de esas, aunque nos acostemos, y yo por él tampoco, lo que al fin y al cabo es lógico. Voy a morir. ¿De qué me serviría querer a nadie?
Y si lo piensas, sería condenadamente… ¿qué? ¿Dramático? ¿Literario? ¿Típico? Suena a novela barata, de esas que leen las señoras tratando de acercarse al infierno para asomarse un poco, tratando de sentir algo de morbo desde sus aburridas vidas.
La suicida y el asesino.
Sí, sería condenadamente absurdo.
Propio de mí, pero no de él.
Yo soy autodestructiva. Él es destructivo sin más.
Vivimos juntos desde los tiempos del hospital. Siempre me resultó graciosa la manía de las enfermeras y celadoras de llamar “hospital” al manicomio en que vivíamos los dos. A él lo llevaron sus padres cuando se dieron cuenta de que algunas cosas en aquel niño de ocho años no estaban bien. A mí los míos cuando las heridas que me hacía dejaron de ser disimulables detrás de un “se ha caído” o “ha sido el gato”.
Entonces no vivíamos juntos, pero nos llevábamos bien, y éramos tan parecidos físicamente que la gente creía que éramos hermanos, así que entendían que estuviéramos siempre juntos. Él no trataba de decirme cosas estúpidas sobre lo bonita que era la vida y lo importante que era vivir, y yo simplemente no hablaba. Además, quería que me matasen. Entonces él lo vio como una buena salida para los dos.
Crecimos. Dejamos de parecer hermanos y empezamos a parecer primos. En la adolescencia, después de una conversación que nadie más escuchó, empezamos a fingir. Yo, que ya no quería suicidarme, que quería vivir. Pensaba que si me dejaban irme, podría matarme antes de que se dieran cuenta.
Él, que no sentía ansias asesinas. Practicamos mucho y consiguió fingir cosas como la empatía, la ética y la moral, todo eso que él nunca entendió y yo jamás quise entender, porque, al fin y al cabo, iba a morir, ¿no? ¿De qué me servía saber qué consideraban los demás “bueno” o “malo”?
Los suicidas van al infierno.
¿Qué carajo me importaban el bien y el mal, si me iba a condenar igual? Eso, en el supuesto de que todo aquello fuera real.
No dudo del infierno. De lo que dudo es del cielo.
Y de cualquier modo, si para ir al cielo tengo que seguir viva hasta que ese Dios del que hablan quiera… bueno, entonces no vale la pena.
Demian
Está ahí otra vez.
Es… perfecta.
Podría enamorarme de ella, si no fuera porque al final acabaría matándola.
Y porque no es real.
Ninguna de esas personas es real.
Solo son… sombras. No saben lo que es el mundo real. Sienten a medias. No sienten nada real, son como las figuras de cartón de los decorados de los teatros.
O al menos, a mí me lo parecen.
Ella es un poco menos artificial que el resto. Es bonita, eso desde luego, pero tiene algo más.
Podría matarla.
Ojalá dejase de venir por aquí. Me va a dar problemas.
No es que me importe, pero ¿quién cuidaría de Vida si yo no estoy?
Una vez oí que la primera muerte es la más importante, en la primera que sientes algo real. El resto son solo intentos de recuperar esa sensación, por eso los asesinos en serie matan a más y más gente, más y más rápido, más de seguido, tratando de recuperar aquello. Son yonkies. Y no saben que lo son.
Yo podría hacerlo. Matar a una sola persona, disfrutar de eso de una vez, una única vez, y luego seguir adelante. En la cárcel o donde sea. Pero al menos sabría lo que se siente.
Porque esta es esa maldita pieza que me falta. No una novia ni nada de eso. Matar a alguien, sentir como su vida se escapa entre mis dedos… sería tan perfecto.
Podría ceder y matar a Vida. Pero creo que el secreto está en que la persona a la que mate quiera vivir.
– ¿Podrías cambiarme el aceite?
La miro detenidamente. El pelo rubio y largo, los ojos verdes, redondos, pálida y anodina, y en cambio, tan perfecta. Es hermosa. Puedo imaginar la sensación de rodear su cuello con las manos y apretar poco a poco, de ver el terror en sus ojos.
Respiro hondo un par de veces.
–Desde luego, señorita. Pase por el mostrador, mi jefe le cobrará.
La veo alejarse. Me ha sonreído.
¿Me sonreiría si supiese lo que pienso?
Vida lo haría.
Por eso no quiero matar a Vida.
Una semana antes
Demian
– ¿Me vas a decir qué te pasa?
Vida me mira con sus ojos fijos en los míos, ardientes, acusadores.
– ¿A qué te refieres? – pregunto, haciéndome el loco. Vida suspira. Vale, soy buen actor. Pero puede que últimamente se me haya olvidado un poco.
Es la emoción.
La adrenalina.
Ella viene al taller todas las semanas.
Creo que quiere algo de mí.
Yo quiero matarla.
–No me tomes por idiota, Demian Hart. Te conozco mejor que nadie, te guste o no.
–Y yo a ti, Vida Galán. Sé cómo mentirte.
–Ya no sabes – replica ella –. La tensión está pudiendo contigo. Vas a matar a alguien, ¿verdad?
Trago saliva.
– ¿Y qué si lo hiciera? ¿Tanto te importa? Es problema mío. Ya estás mayor para cuidarte sola.
Ella no dice nada, pero veo que los ojos se le llenan de lágrimas.
–Vas a matar a alguien que no soy yo.
–No, no – suspiro –. No te lo tomes así, Vida, de veras. Es que no puedo matarte, no quiero.
–Pero sabes que no voy a poder hacerlo sola, lo sabes. Nos esforzamos tanto para salir, para poder hacer realidad lo que deseábamos… y yo ya no sé hacerlo. Conmigo, lo lograron – acaba, con un rictus de amargura torciendo su pequeña boca.
Se me escapa un suspiro de alivio.
–Conmigo no – replico, no obstante –. Pero no quiero matarte a ti, Vida, de veras que no. Tú no puedes morir.
Veo como respira hondo y se pone derecha, seria.
–Demian – empieza, nerviosa –. Escúchame.
Asiento, nervioso.
–Tú no quieres morir.
Alzo una ceja. No me está contando nada nuevo, y eso me exaspera.
Abro y cierro los puños.
“No la mates.”
–Si matas a alguien, te cogerán. Irás a la cárcel.
Asiento.
–Sería como enterrarte en vida. Sería como estar muerto.
Ahora ya no la sigo. Pero siempre que empezamos a hablar de muerte, acabamos hablando de su suicidio. ¿Quiere ir a la cárcel, para morir en vida?
– Tú no puedes ir a la cárcel. No serías feliz. Y de cualquier modo, quieres matar a una sola persona, ¿no?
– No te voy a matar, Vida. No empieces.
– No – niega ella –. No voy a seguir por ahí. Escúchame.
– ¿Qué pretendes? – susurro.
–Mátala –replica ella –. Mátala, y luego mátame a mí. Escribiré lo que haya que escribir. Cuéntamelo todo, y escribiré una nota de suicidio que se puedan creer.
Me pongo en pie tan rápido que la silla se vuelca.
–No digas tonterías.
Vida
Demian sale de la habitación con paso rápido y los puños muy apretados, furioso. Sé que he tocado donde había que tocar. Todo lo que no había logrado con mis cortes y mis intentos por exasperarle, lo he logrado con unas pocas palabras.
Ofreciéndole la alternativa que él desea.
La que deseamos los dos.
Al fin y al cabo, matarme fue idea suya.
Un día antes
Vida
Noto que Demian me coge de las muñecas, y me arrebujo un poco más entre las sábanas, pero no ofrezco resistencia cuando tira de ellas con más fuerza y se pone a examinar los cortes detenidamente.
Hay cicatrices antiguas, cicatrices recientes, cicatrices de un rosa pálido plateado y cicatrices ya cárdenas. Marcas rugosas de quemaduras, sobre todo en las palmas de las manos, líneas difusas de cortes leves con la cuchilla de afeitar, líneas gruesas de cortes profundos con cuchillos mal afilados. Demian las conoce todas. 
Siempre sabe cuando hay una nueva.
Para mi sorpresa, desliza el dedo en línea recta desde el codo hasta la muñeca. Una vez me dijo que esa sería la mejor forma de suicidarse. Si te cortas en horizontal, al doblar la muñeca la sangre se coagula y la herida se cierra. En vertical, no existe esa salida. 
Traza ese recorrido, el recorrido del suicidio perfecto, una y otra vez. Despacio. Con dulzura.
Cree que estoy dormida.
Al final, se pone en pie despacio y me arropa con cuidado.
–En seguida volveré – susurra –. Mejor no te despiertes. Será más fácil. No verás cómo se me llevan…
Me besa en la frente antes de salir.
Demian
Salgo al aire helado de diciembre con el corazón en un puño, temblando, tiritando, de pura emoción.
Al fin voy a hacerlo.
Me giro un segundo hacia el portal, pensando en Vida.
Se las arreglará sin mí.
Ahora que sé que nunca será capaz de suicidarse.
Durante un momento, pienso lo insoportable que le resultará la vida, si encima de no poder morir, no está conmigo.
Pero aparto el pensamiento como un mosquito molesto y sigo adelante.
Hacia ella.
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martes, 27 de marzo de 2012

In memorian

Hoy la luz no acababa de ser lo que yo esperaba.
Es obvio que era luz. Y es obvio que ya no era la luz mortecina del inverno perenne. Pero le faltaba algo. Había algo en la luz que no era lo que yo esperaba. No veía la primavera en ella.
Él - Gabriel - decía que el cambio de las estaciones se percibe en la luz. Yo nunca he sido capaz de percibir ese cambio. Para mí, el cambio es el de los olores. En primavera, a tierra mojada, fresca, a hierba cortada, a flores; en verano a seco, árido, olores ásperos del verano ardiente de la estepa castellana; en otoño, húmedo, a tierra empapada, a hojas podridas, a leña quemada; y en invierno, a nada.
A pesar de que aún no huele a flores, ni a tierra mojada, ni a tormentas, he tratado de ver esa luz, la luz que él - Gabriel - insistía en que anunciaba el cambio entre las estaciones. Y no la he visto. Al igual que nunca pude verla.
Me pregunto si era real, o si solo él - Gabriel - la veía.
Llevo años huyendo de su nombre, de su olor, del recuerdo de su voz y de su risa. ¿De qué serviría pensar en ello? Él - Gabriel - se fue, el primer amigo que tuve, la primera persona en la que confié. Él - Gabriel - dejó este mundo demasiado pronto. Y sin despedirse.
A veces me pregunto si las cosas habrían sido distintas de quedarse él -Gabriel.
Ha pasado tanto tiempo que él - Gabriel - solo es un recuerdo. Una sombra enredada en el tapiz de mi memoria, medio borrada. Y, al mismo tiempo, el primer contacto con la realidad que tuve. 
Porque él - Gabriel - me enseñó que vale la pena confiar en la gente.
Gabriel, Gabriel, Gabriel... decirlo en alto es una dulce tortura, trae mucha amargura y remordimiento consigo. Lo echo de menos, lo reconozco. No he tenido tantos amigos como para permitirme olvidarme de uno, aunque sea uno como Gabriel. Apenas un fantasma.
Gabriel. Mi primer soplo de realidad.
Mi primer paso hacia el auténtico amor, el de verdad.
No voy a olvidarlo. No importa cuántos años pasen, cuántas guerras tenga que librar. Gabriel me enseñó por qué vale la pena luchar. Y yo renuncié a su memoria durante demasiado tiempo.
De ahora en adelante, no olvidaré lo que es real.
Nunca más.

domingo, 4 de marzo de 2012

Noche

Me gusta pensar que, 
de  noche,
las palabras fluyen  mejor.

Esta noche quiero pensar que,
para siempre,
puedo soñar y dormir en tu calor.

jueves, 1 de marzo de 2012

...

Hay días en los que las palabras pesan.
También hay días en los que las palabras ni siquiera quieren tener sentido.