sábado, 21 de abril de 2012

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Hoy escribo sin tener realmente nada que decir. 
Siempre he creído que eso debería estar prohibido, de alguna manera. Pero en fin. No tengo nada que decir. Solo estoy cansada, con la vista fija en el verano, como siempre.
Y deseando que llegue.
Llegará, claro.
Como siempre.

jueves, 19 de abril de 2012

Añoranza.

Escribir para un proyecto grande te deja sin energías, te agota las palabras.
En cambio, casi siempre se pueden encontrar las fuerzas para encontrar palabras en unas pocas imágenes.
Hoy traigo una noche de primavera tardía, fría.
Hojas arrastradas por el viento de la estepa, salvaje, inclemente, duro.
Cabellos negros golpeando mi rostro, una y otra vez, entrándome en los ojos.
Mucho viento, muy fuerte, muy frío. Como para recordarnos que el invierno siempre será más fuerte.
Oscuridad. Nubes a la vista en el cielo negro, naranjas de contaminación lumínica.
Unos ojos con más luz que el verano.
Eso tengo hoy.
Frío en las manos, calor en el alma.
Y lluvia, mucha lluvia, en el corazón.
De Irlanda.

miércoles, 4 de abril de 2012

Novedades | News :)

Pues eso, chicos, básicamente, que me voy cuatro días de vacaciones, y obviamente, si es un descanso no me voy a llevar el ordenador, que se trata de desconectar ;)
Y esto es básicamente todo lo que quería decir, salvo que a mi vuelta (9 de abril) comenzaré a subir los capítulos de mi nueva historia larga, "Azimut".  Por ir adelantando, os diré que es una historia en un mundo ficticio, medieval, y en la que los destinos de un príncipe, una emperatriz, una sacerdotisa guerrera, un aprendiz de herrero, una ladrona, un bastardo y un guerrero salvaje se ven unidos de forma irremediable en un continente devastado por la guerra y los odios ancestrales. ¿Os la vais a perder? ;)
De esta historia en concreto, puedo prometer que subiré en un capítulo cada lunes y otro cada jueves, a mediodía, antes de irme a la Universidad. En caso de cambios (capítulo de más, o de menos) avisaré vía Twitter (@Gladiatrix17) y Tuenti. Recuerdo, por cierto, que Azimut estará también traducida al inglés :)
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People, basically I'm going on vacation  four days, and obviously, if a break I'm not taking the computer, I'm going disconnect it ;)
And this is practically all I wanted to say except that on my return (April 9) will start up chapters of my new long story, "Azimut". To go forward, I will say that is a story in a fictional world, medieval, and in which the fate of a prince, an empress, a warrior priestess, a blacksmith's apprentice, a thief, a bastard and a savage warrior will be irretrievably united in a continent ravaged by war and ancient hatreds. Are you going to lose it? ;)
In this particular story, I can promise I'll post a chapter every Monday and one every Thursday, at noon, before going to college. In case of changes (a chapter more or less) I contact you via Twitter (@ Gladiatrix17). Remember, by the way, Azimut will also be translated into English :)

martes, 3 de abril de 2012

Vide

Hay cosas que no te preguntas. O cosas que te preguntas sin saber qué decir, o que ni siquiera admites que te las preguntas.
Después de perder algo, por ejemplo. Después de perder algo o a alguien grande. Cuando aparece ese enorme vacío dentro de ti, ese vacío que un día estuvo lleno de algo que no puedes recordar. Nunca te habías dado cuenta de que ahí había algo, hasta que dejó de haberlo.
Y ahora duele. Pesa más el vacío cuanto más crece el silencio. No sabes con qué llenarlo. Es frío, es gélido, ese vacío. Escuece como una vieja herida, está siempre presente, como el muñón de un dedo que falta. Como una enorme grieta en el rostro de la Tierra.
Hay que llenarlo con algo. Y ahora mismo, en medio de tu vacío, te sobran dos cosas. Cenizas, y lágrimas. Tienes de sobra. Y si las mezclas, forman un empasto frío, pegajoso, que parece bastante adecuado para cerrar grietas. Y pesa y está helado.
Pero es mejor que el vacío.

Es jueves. Hoy hemos salido, no tengo muy claro por qué. Porque había ganas, simplemente. No podíamos quedarnos más en casa, encerrados bajo el peso de las paredes que se desploman. Así que salimos y nos buscamos en el mismo bar de siempre. Los cinco. Demasiados para un futbolín, pero nunca nos ha importado que se quede uno mirando.
Yo no tengo ganas de jugar. Contemplo a mis amigos, golpeando las bolas con estruendo, con esos giros de muñeca que delatan horas de experiencia, muchas horas de vuelo en los futbolines y en los billares.
Hay dos niñas sentadas en una mesa. Son muy pequeñas, y rubias, muy guapas. La mayor tendrá siete u ocho años, como muy mucho. La pequeña aparenta cinco o seis. Ahora que en el bar no hay humo, se aprecia la mirada vidriosa y aturdida de la madre.
Las niñas nos miran jugar. La más pequeña se levanta y se aúpa a mi lado, junto a una de las porterías, tratando de ver cómo juegan. Su hermana se sitúa a su lado, cautelosa. Me mira, dudando, porque soy la única que no está atenta a la partida. Sonrío.
-¿Cómo te llamas? - pregunto, sin dirigirme a ninguna de las dos en particular. La pequeña me dedica una sonrisa de dientes mellados.
-Andrea - y toca el pómulo de la otra niña -. Ella es Berta, y es mi hermana.
-Os parecéis - digo, tratando de ser amable. Aunque sea una chica con alma de jirones y un vacío lleno de cenizas -. Tenéis los ojos muy bonitos.
Y es cierto, vaya si es cierto. Tienen unos ojos luminosos, impresionantes, de un azul increíble.
Berta sonríe un poco.
-Me gusta tu collar - dice, y señala mi medallón, con el busto de Nefertiti grabado. Lo abro para ella, le muestro el reloj que contiene. Berta sonríe, más confiada. Disimulando, dirijo una mirada a su madre, que no las mira, que no las ve. Sólo parece ver el vaso que tiene delante. Berta sigue mi mirada y tuerce el gesto, pero no dice nada.
Andrea se aburre de futbolines y cogiéndome de la mano con total confianza, me arrastra hacia la otra sala, donde están las mesas de billar. De la otra mano lleva bien cogida a su hermana, que me estudia. Es una niña lista, acostumbrada a los bares entre semana y las conversaciones a gritos.
Hay un chico jugando al billar, o más bien diría que practicando, porque está solo. Tiene el pelo negro, y le cae sobre los ojos, aunque no parece que le moleste. Maneja el taco con precisión, y las bolas se cuelan en las troneras sin opción a escaparse.
Andrea sonríe encantada con el nuevo juego, y se dirige al lugar donde descansan los tacos, tratando de hacerse con uno de los más pequeños. Berta, acostumbrada a las reacciones de la gente que ha gastado dinero y no quieren que les estropeen la partida, mira al chico con cautela, pero él deja el taco atravesado sobre la mesa y ayuda a Andrea a escoger el taco más pequeño. Luego, la coge en volandas y la sostiene en vilo junto a la mesa, para que golpee la bola blanca. No tiene mucho tino en su primer intento, pero ríe a carcajadas cuando ve rodar la bola. Aunque no toque ninguna de las bolas coloreadas.
Berta sonríe y se hace con otro taco. Miro al chico alzando las cejas, y él se encoge de hombros, como diciendo, "¿y ya qué más da?", así que acerco una silla a la mesa para que Berta se suba y pueda apuntar, porque pesa demasiado para que yo, menudo montón de huesos y piel morena, pueda tenerla en vilo.
-¿Un bola ocho? - propone el chico, y yo sonrío y atrapo un taco. Él es excelente, Andrea no da una, Berta tiene buena puntería a pesar de la falta de práctica y a mí no se me da mal, así que la cosa está bastante equilibrada.
Él no habla mucho, pero su sonrisa habla por él. Es una sonrisa calmada, confiada. Convierte al chico duro del billar en alguien a quien querría conocer. Al menos un poco.
Porque esos ojos de color miel, de caramelo, de ámbar puro, y ese querer conservar la inocencia de las dos huérfanas a quienes su madre espera bebiendo una copa tras otra aunque solo sea a base de dejar que empujen las bolas con las manos a las troneras, ese calor de su sonrisa y esa mirada acogedora llenan mejor el vacío de mi interior que mi cúmulo de sueños quemados mezclados con lágrimas.

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lunes, 2 de abril de 2012

Golondrina


El grito rompe el aire paralizado de la tarde, que se quiebra como un cristal para desplomarse sobre la niña caída en el suelo. Tendrá unos seis o siete años, el pelo negro brillante y las mejillas enrojecidas como manzanas maduras. Se sujeta la rodilla, aguantando las lágrimas con una entereza impropia de una niña tan pequeña, respirando entrecortadamente. Parece una golondrina derribada en pleno vuelo, con la sangre caliente resbalándole por el roto del pantalón remendado. Sopla la herida y aprieta los dientes; me enternece, lo reconozco. Qué impropio de mí.
El resto de los niños se arremolina a su alrededor, alborotando, sin mirar apenas a la pequeña golondrina. Los de su equipo piden penalti, los del contrario, argumentan que se ha tirado. Ella los ignora a todos, extendiendo y doblando la pierna, tanteando la gravedad de la herida. Al final, poco a poco, se pone de pie, apoyándose primero en las palmas de las manos y por fin teniéndose erguida. Los miembros de su equipo la jalean y le indican desde dónde lanzar el penalti; entretanto, algunos de los del equipo contrario aún se quejan.
Mi pequeña golondrina se acerca al balón cojeando, mientras los niños del equipo contrario forman barrera ante la portería, empujándose unos a otros, en tanto que el portero trata de ver por encima de ellos. La chiquilla no se lo piensa mucho; coge un poco de carrerilla y golpea el balón con fuerza. El esférico supera la barrera, pero golpea en el larguero y rebota. Los chicos del equipo de mi golondrina se aprestan a rematar el tiro, mientras que los otros tratan de defender sus posiciones. Ella, con una leve mueca de dolor, sale del campo sin que los otros se percaten apenas de ello. Sorprendentemente, se dirige a mí, hacia el banco donde estoy sentado, y me mira suplicante.
-¿Tiene usted un pañuelo?
Me sorprende con su voz tenue de jilguero; esta niña es un pájaro, nadie lo dude. Rebusco en mis bolsillos, pero no logro hallar ni un miserable kleenex, aunque tampoco es una de esas cosas que la gente como yo lleve encima.
-No, lo siento – no parece que le importe mi voz ronca de cigarros negros, ni mi palidez y las ojeras, o el cuerpo flaco y agotado. Es más, se encoge de hombros y se sienta a mi lado.
-Qué pena. Mi madre va a tardar en venir a buscarme…
No sé qué decir, esta cría me descoloca. Diminuta y dulce golondrina con alas de barro y plumaje de remiendos.
-¿Cómo te llamas? – me pregunta, y sonríe. Balancea un poco las piernas; la herida, que había comenzado a formar postilla, se reabre, pero no parece que a ella le importe.
-Ismael – respondo, sin saber qué más decir. Las manos me tiemblan un poco, pero aún no demasiado, y además estoy dispuesto a esperar, si puedo quedarme con esta golondrina de tierras más soleadas.
-Ismael – repite ella -, es nombre de navegante.
-¿Ah, sí? – respondo, sorprendido. Ella asiente, muy convencida.
-Claro que sí, como el chico de la ballena blanca, ¿cuántos años tienes?
Dios mío, qué rápido se mueve su mente, cómo corre su cabecita de pájaro y cómo me cuesta seguirla.
-Diecinueve, ¿y tú?
-Casi ocho – vaya, es mayor de lo que parece. También parece orgullosa de tener ocho años -. Oye, ¿estás enfermo? – añade, con descarnada inocencia.
-Algo así – suspiro, llevándome sin querer las manos a la cara interna de los codos. Sus ojos son grandes, enormes, dos pozos de azabache cuajados de luz. Me pregunto si mi mirada fue así alguna vez, y un intenso olor a verde inunda mi recuerdo; sí, una vez yo fui un niño inocente, feliz. Y libre.
Ya nunca seré libre.
No quiero pensar en ello, no puedo volver atrás. Siempre seré prisionero de mis errores. Nunca volveré a ser quien era. No tiene sentido que me duela.
Nos quedamos en silencio mientras la tarde se hace noche. Mi golondrina mira el partido y grita de vez en cuando una orden o una palabra de ánimo, y yo la miro a ella y su derroche de energía. Mis manos cada vez tiemblan más, sé que voy empalideciendo y que mis ojos se vuelven más febriles, pero a ella no parece importarle y yo quiero quedarme aquí, porque si me marcho, será para caer otra vez en el abismo del frío beso de las agujas. Y aunque lo necesito, aunque lo quiero, también lo temo. Cada vez más.
Veo una figura adulta en el extremo del campo de fútbol, que llama a gritos a mi pequeña golondrina. El bullicio de los niños se mezcla con la reprimenda de la madre, y mi golondrina se pone de pie con un suspiro.
-Oye, Ismael, ¿te vas a curar?
La miro otra vez; el pelo enredado, los ojos oscuros, su camiseta manchada de barro, los pantalones mil veces recosidos y el marrón oxidado de la sangre seca. Y su pregunta en el aire.
-No lo sé – miento, aunque sé que nunca saldré de esta, como lo sabe la mujer que grita a su hija por hablar con un joven que, a todas luces, es un drogadicto.
-Te curarás – declara ella, muy convencida -. Adiós, Ismael.
Le ha gustado mi nombre. Tal vez hubiera debido preguntarle el suyo.
Se aleja sin esperar respuesta, medio corriendo, medio cojeando, hacia la figura de su madre, que se recorta contra la luz de las farolas.
-Adiós, mi pequeña golondrina – me despido, muy bajito -. Desearía poder creerte.
Y a pesar de todo, me quedo aquí sentado, temblando, en la oscuridad cristalina, viendo a los niños jugar, viendo como se marchan uno a uno. Al final, me quedo solo. Solo, como siempre.
Solo, como nunca.

domingo, 1 de abril de 2012

Cuarto Creciente


La inspiración es Musa caprichosa. Hay días que la llamas y no quiere ni acercarse, se las da de interesante, se escurre entre tus dedos, dejándote adivinar alguna palabra, el inicio de alguna frase reluciente, tal vez los márgenes de una imagen que podrías describir. Luego viene con aires imperiosos cuando tú no puedes atenderla, e insiste y grita, hasta que por fin renuncias a intentar seguir con lo que estabas haciendo. Y con su desdén de dama airada te va dictando al oído, una a una, todas esas imágenes brillantes, esos colores y esos olores tan intensos, palabras que solas no serían nada pero que con ella son todo. Te susurra historias, personas que siempre han estado dentro de ti. Y no tienes más que seguirla para perderte en cualquier recoveco de un relato.
Hoy no quiere saber nada de mí. Hoy la llamo y me responde irascible, ofendida, ella, mi Musa, el centro de mi vida, la que me da la voluntad de escribir, y sobre todo la melodía de las palabras – pues las palabras son música sin música, tienen ese ritmo encadenado de frases de una partitura, y al igual que las notas sobre el pentagrama, se deslizan como pisadas de araña sobre el papel. Y como la buena música, se graban en los recodos de la memoria a fuego –.
Hoy está enfadada conmigo, porque ella, que siempre había sido una constante de mis pensamientos, se ve obligada a compartir su territorio. Y es mujer orgullosa y celosa, mi Musa, y no quiere compartir los claroscuros de mi mente con nadie. Ella, que se había declarado dueña y señora de mi corazón y mi alma, que había aposentado sus banderas sobre toda mi conciencia y había decidido arrastrar mi vida para la creación literaria, para que yo fuera escritora y solo escritora – ni amiga, ni amante, ni madre ni enamorada, no vayáis a confundir, porque por muy bien que describa los sentimientos, es porque Musa los conoce mejor que nadie, y ella misma se encarga de que yo no pueda experimentarlos, por miedo a que me aleje de ella y la cambie por una de esas vidas anodinas de madres, hermanas, amigas y amantes que en realidad no son nada y cuyo recuerdo se pudrirá en el vacío a la vez que se pudra su carne –.
Y sorprendentemente, hoy no la necesito para que las palabras se encadenen solas, jugando unas con otras. Y es que se ven reflejadas en una mirada de azabache y miel, una mirada que se ha grabado a fuego en mi recuerdo, una mirada que ha quedado tatuada para siempre en mi alma. Y solo de pensar en esos ojos, en esa sonrisa repentina que me invita a sonreír, se me agolpan las palabras en la mente y mi mano ansía cubrir el blanco de pisadas de araña, mientras Musa resopla y bufa con desdén, tratando de apartar a empujones al que se ha declarado sin pedirlo señor de mis sueños.
Pero no creo que pueda, si tengo que serle sincera. Ya está demasiado dentro, y tampoco yo quiero que se marche. Hace que las cosas sean más fáciles, más interesantes. Incluso diría que todo tiene otro colorido, o a lo mejor es simplemente la ilusión. Porque sí, me ilusiono como una tonta solo de pensar en su sonrisa, y no tengo ganas de estudiar ni de nada, solo de pensar en él, él, él. Y Musa se enfada, porque teme que deje de escribir.
Porque no entiende que ahora tengo otro empuje. Otra fuerza. Una ilusión que deshace la neblina que me rodea. Que me anima a mezclarme con los demás, yo, que siempre me he enorgullecido de diferenciarme. Me hace entender que ser una más no implica ser como los demás. Y de cualquier modo – y aquí es cuando Musa se rebela y aúlla con voz ronca de banshee – , si para estar con él tengo que ser como ellos, lo seré. Porque por una vez, por una maldita vez en mi vida, me importa más él que yo.

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