domingo, 1 de abril de 2012

Cuarto Creciente


La inspiración es Musa caprichosa. Hay días que la llamas y no quiere ni acercarse, se las da de interesante, se escurre entre tus dedos, dejándote adivinar alguna palabra, el inicio de alguna frase reluciente, tal vez los márgenes de una imagen que podrías describir. Luego viene con aires imperiosos cuando tú no puedes atenderla, e insiste y grita, hasta que por fin renuncias a intentar seguir con lo que estabas haciendo. Y con su desdén de dama airada te va dictando al oído, una a una, todas esas imágenes brillantes, esos colores y esos olores tan intensos, palabras que solas no serían nada pero que con ella son todo. Te susurra historias, personas que siempre han estado dentro de ti. Y no tienes más que seguirla para perderte en cualquier recoveco de un relato.
Hoy no quiere saber nada de mí. Hoy la llamo y me responde irascible, ofendida, ella, mi Musa, el centro de mi vida, la que me da la voluntad de escribir, y sobre todo la melodía de las palabras – pues las palabras son música sin música, tienen ese ritmo encadenado de frases de una partitura, y al igual que las notas sobre el pentagrama, se deslizan como pisadas de araña sobre el papel. Y como la buena música, se graban en los recodos de la memoria a fuego –.
Hoy está enfadada conmigo, porque ella, que siempre había sido una constante de mis pensamientos, se ve obligada a compartir su territorio. Y es mujer orgullosa y celosa, mi Musa, y no quiere compartir los claroscuros de mi mente con nadie. Ella, que se había declarado dueña y señora de mi corazón y mi alma, que había aposentado sus banderas sobre toda mi conciencia y había decidido arrastrar mi vida para la creación literaria, para que yo fuera escritora y solo escritora – ni amiga, ni amante, ni madre ni enamorada, no vayáis a confundir, porque por muy bien que describa los sentimientos, es porque Musa los conoce mejor que nadie, y ella misma se encarga de que yo no pueda experimentarlos, por miedo a que me aleje de ella y la cambie por una de esas vidas anodinas de madres, hermanas, amigas y amantes que en realidad no son nada y cuyo recuerdo se pudrirá en el vacío a la vez que se pudra su carne –.
Y sorprendentemente, hoy no la necesito para que las palabras se encadenen solas, jugando unas con otras. Y es que se ven reflejadas en una mirada de azabache y miel, una mirada que se ha grabado a fuego en mi recuerdo, una mirada que ha quedado tatuada para siempre en mi alma. Y solo de pensar en esos ojos, en esa sonrisa repentina que me invita a sonreír, se me agolpan las palabras en la mente y mi mano ansía cubrir el blanco de pisadas de araña, mientras Musa resopla y bufa con desdén, tratando de apartar a empujones al que se ha declarado sin pedirlo señor de mis sueños.
Pero no creo que pueda, si tengo que serle sincera. Ya está demasiado dentro, y tampoco yo quiero que se marche. Hace que las cosas sean más fáciles, más interesantes. Incluso diría que todo tiene otro colorido, o a lo mejor es simplemente la ilusión. Porque sí, me ilusiono como una tonta solo de pensar en su sonrisa, y no tengo ganas de estudiar ni de nada, solo de pensar en él, él, él. Y Musa se enfada, porque teme que deje de escribir.
Porque no entiende que ahora tengo otro empuje. Otra fuerza. Una ilusión que deshace la neblina que me rodea. Que me anima a mezclarme con los demás, yo, que siempre me he enorgullecido de diferenciarme. Me hace entender que ser una más no implica ser como los demás. Y de cualquier modo – y aquí es cuando Musa se rebela y aúlla con voz ronca de banshee – , si para estar con él tengo que ser como ellos, lo seré. Porque por una vez, por una maldita vez en mi vida, me importa más él que yo.

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