sábado, 14 de enero de 2012

Despedida

Hace frío fuera; dentro, un calor que no se puede soportar. Los cuerpos se agolpan unos contra otros, bailan a saltos. La música es fuerte, potente, incluso desde aquí fuera. Hace que quiera gritar todo lo alto que pueda, bailar sola en la calle. No lo resisto; vuelvo a entrar.
El bar está oscuro, pero se ve mucho mejor que en otros antros modernos en los que he estado, con esas luces de colores parpadeantes. Aquí todo es menos artificial, más real que en esos locales. Nadie rechaza a nadie, y en medio del estruendo de la música, somos todos iguales. Pasa de heavy metal a country a rock a punk sin descanso. Nada de pop fresa, nada de rap.
Hay tres chicas encaramadas a la barra, todo cuero y curvas ellas. Bailan sin vergüenza y sin descanso; una de ellas va con cierto retraso respecto a las demás, tal vez algo más descoordinada, pero la jalean igual que al resto, ¿por qué no? Y ella parece condenadamente feliz. Sus ojos no están vidriosos por el alcohol, solo es feliz. No digo que esto sea idílico, hay drogas y alcohol como en cualquier otro sitio. Pero aquí estoy en casa.
No sé cuando he comenzado a bailar, pero no paro. Me gusta cómo resuena en mis oídos cada golpe que doy con los tacones al saltar, cómo giro de golpe, cómo me golpea el pelo las mejillas. No sé bailar. Y no me importa.
Estoy en casa.Ya no soy una chica mala... bueno, no tanto como antes. Pero eso no quita que aquí me sienta en casa. Entre cuero y bajos resonantes. Entre cadenas y pinchos. Con olor a gasolina y cigarrillos. A motos y carretera.
Salto otra vez. Dejo de pensar. Giro. Solo me queda esta noche. No la voy a desperdiciar pensando.

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