miércoles, 8 de enero de 2014

Planes de futuro.

Todos tenemos días malos.
Yo los tengo, como todos. Días mejores y peores, días en los que no puedo más. Esos días en los que me encantaría tumbarme en cualquier parte. En un bosque, por ejemplo. Escuchar la caricia de las hojas contra el viento, el canto de los pájaros. El rumor suave de la vida. Y dejar que la maleza me fuera cubriendo lentamente, despacio.
No volver a levantarme en mil años, cuando todo lo que duele, todo lo que quema, haya desaparecido.
Cierro los ojos.
Magnolias y sauces.
A veces me hago preguntas. Bueno, en realidad siempre me las hago. Por qué nací, por qué estoy aquí. En realidad, yo no quería esto.
Yo era... esa chica de deseos pequeños y sencillos. Quería una casita en mitad de la nada. Un lugar donde poner mi biblioteca. Una familia.
Sí, era el tipo de niña tonta que quería tener una familia.
Pero me temo que no va a ser así.
Magnolias y sauces, esos son mis planes de futuro. Lo más seguro que tengo. La única promesa que se me permite.
A veces cierro los ojos y me permito creer que en Irlanda será diferente. Aprieto los puños y rezo a quien sea que quiera oírme porque me den la opción de marchar, suplico que no tenga que quedarme aquí un año más. Atrapada.
Magnolias y sauces, sí.
Me gustan los lobos.
Una vez, hace mucho tiempo, tuve mi propio pequeño lobo. Y también la seguridad de una persona a la que volver. Esa era para mí la imagen del hogar, ¿sabes? No una casa ni... nada remotamente parecido. Gabriel sentado en el tocón de siempre, dibujando en el suelo con un palito, poniéndose de pie emocionado al verme acercarse.
Gabriel, siempre dispuesto a esperarme.
Y luego, ¿qué? Me dejo encandilar. Me enamoré una vez, siendo una niña, y cuando me fue negado... supongo que se me negó todo al tiempo. Y se me sigue negando.
La diferencia es... que antes se me negaba de otro modo. Antes vivía distante, atrapada en un recuerdo, siempre atada a aquello. Siempre perdida en... Dios sabe donde. Envuelta en mi propia neblina, en mi propio mundo. Nada entraba. Ni las caricias ni los golpes. El mundo podía arrollar mi cuerpo con la crueldad que quisiera, yo no estaba ahí.
Yo estaba en cualquier otra parte. En un lugar donde nada dolía ni importaba.
Y de repente desperté. Como una suerte de estúpida Bella Durmiente, desperté para recibir todas las caricias y la luz del mundo. Construí frágiles sueños, construí ideas y sueños y hermosas escenas de esperanza. Todo con los retazos de lo que parecía una luz real.
Un fuego fatuo.
Se me sigue negando. Solo se me permitió tener a Gabriel. Aferro el anillo que llevo al cuello y pienso... pienso que pese a todo valió la pena.
Si este es el precio por haberlo conocido.
Entonces valió la pena.
Lo pagaría mil veces.
Y de cualquier modo, esto no está tan mal. El dolor es sordo, las alegrías son cristalinas. No soy tan débil como para no poder con esto algún tiempo más. Que duela lo que tenga que doler, el tiempo que tenga que doler. Que acabe como tenga que acabar. Al final volveré a estar entera.
De un modo u otro.
Al fin y al cabo, yo siempre he estado sola.
¿Por qué no arriesgarme a no estarlo?

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