lunes, 29 de octubre de 2012

Lágrimas.

Hace frío. Un frío de mil demonios, un frío de esos que te harían desear quedarte en la cama... si tu cama fuera lo bastante calentita como para que pudieras dormir en ella. La mía no lo es. En mi cama, al igual que en el resto de mi casa, puedes sentir cómo se te hiela la sangre en las venas. Me pongo más ropa para dormir que para salir a la calle y ni por esas consigo conciliar el sueño. Supongo que soy un pájaro de verano.
Te echo de menos.
Ahora hace frío, aunque cuando nos separamos, o nos separaron, hacía calor. Tal vez sea por eso por lo que te añoro con más intensidad, porque aunque me había hecho a la idea del continuo escozor de tu desaparición, del saber que no habrá más aventuras juntos, que no exploraremos más ni me volverás a hacer reír, ni a ponerme histérica poniéndote tú en peligro, no me había dado cuenta de lo profunda que es tu ausencia.
Puede que tenga mucho que ver con el frío, con ir paseando por la calle y escuchar una canción tuya, tan tuya como tus ojos, y que de repente nada tenga ni pies ni cabeza, ¿qué hago yo aquí, en medio de esta maldita ciudad gris? Deberíamos estar en cualquier lugar verde, corriendo o peleando o vete tú a saber haciendo el qué, los tres mosqueteros, tres locos sin ningún lazo entre nosotros más que... ah, más que que los tres éramos amigos (aunque él y yo fuéramos más y sigamos siendo más, lo que importa es que los tres éramos amigos). 
Y ahora no tengo ni una motita de verde en la que refugiarme. Suena esa música tan tuya y zas, de repente estoy perdida en medio de ninguna parte sin nada a lo que aferrarme, solo una tanda abrumadora de recuerdos dolorosos y el saber que, después de todo lo que hicimos juntos, tú no tuviste tu final feliz.
No es justo.
Creo que es lo que más me duele, cuando me despierto en plena noche y pienso, ¿dónde estás? Amigo y confidente, siempre un ejemplo a seguir pero nunca vanidoso, siempre con una sonrisa para cualquiera, ¡qué más daba si se la merecían o no! Siempre dispuesto a echar una mano, siempre dispuesto a intentarlo. "Si tú puedes yo puedo", esa fue mi máxima durante tantísimo tiempo... y sigue siéndolo, aunque sin poder refugiarme en tu mundo no es lo mismo.
¿Dónde estás? Es todo tan injusto... deberían haberte dado al menos una oportunidad, un diminuto final feliz. Deberían habernos dado a todos, a los cuatro, tu final feliz. Con eso hubiéramos sido felices todos, especialmente vosotros dos. Al menos tendría algo con lo que consolarme cuando te echo de menos, al menos podría imaginarte feliz y no perdido, no un vagabundo solitario sin un lugar a donde ir.
Hace un frío de muerte, y se me están agarrotando los dedos. Ni siquiera tengo tinta o sangre (ya no sé qué demonios es lo que corre por las venas y con qué escribo, para mí ambas se sienten igual) para seguir escribiéndote esta carta. De cualquier modo, ¿qué más te iba a decir? ¿"Cuídate viejo amigo, sé feliz, aunque fueras el único al que privaron de todo"? Por favor. 
Ni siquiera yo soy tan optimista para escribir eso. Ni siquiera yo, la reina de las soñadoras.
A veces me despierto en plena noche llorando por ti y por ella y me digo ¿por qué? ¿Qué motivo había? Todo se puede intentar, todo, todo, todo... y luego recuerdo que no. Que no había otro remedio. Que debía ser así. Que los pedazos de tu corazón que me paso la vida recogiendo e intentado recomponer eran el precio a pagar por algo mucho mayor que nosotros mismos.
¿Dónde estás? No me canso de dibujar tu cara y tus ojos, esos ojos en los que podría ahogarme ahora que sé que en ellos solo habrá lágrimas. Te echo de menos y no tiene sentido, porque no volverás. Solo puedo regalarte un río de palabras, una tras otra, un río de lágrimas que no pueden devolverte lo que no llegaste a tener.
Y yo soy feliz, porque yo sí tuve mi final de cuento. Yo me quedé con mi príncipe o con mi rana o con mi hechicero o con mi dragón o con lo que quiera que él sea (yo soy la bruja del cuento, eso lo sabemos ambos) y ahora tengo mi felices para siempre, día tras día de sonrisas y de valió la pena. En los malos momentos sé que aún lo valdrá más, que esto aún va a mejorar.
Y luego veo que mi estúpida pluma se ha dedicado a dibujaros en cualquier maldito papel inservible, o una riada de palabras me lleva hasta vosotros dos, y me siento culpable. Terriblemente culpable porque no sé daros un final feliz, porque nadie podía dároslo, porque... y qué más da.
Te echo de menos. Toda esta absurda carta se resume en que te echo de menos y ya está. Y en que quiero verte otra vez. Que quiero que seamos otra vez los tres, o los cuatro, y reírnos de tonterías y verte exhibirte sin darte cuenta de que lo haces, y jugar a cualquier chorrada. Pero los cuatro.
Lágrimas. Eso es todo lo que puedo ofrecerte.
Y que yo sepa, tú no tienes lo que se dice una buena experiencia con las lágrimas.
En fin. Supongo que esto es una despedida. Otra más. ¿Cuántas veces necesitaré despedirme de ti, antes de lograr hacerlo del todo?
Creo que nunca podré hacerlo del todo.
Cuídate, viejo amigo.
Nos vemos.

Licencia de Creative Commons
Lágrimas. by Mª Gumiel is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.

No hay comentarios:

Publicar un comentario