miércoles, 9 de mayo de 2012

09/05/2010


En días como hoy, en estos que me puede la melancolía, me pregunto por qué demonios sigo aquí.
Detesto este pueblo. Detesto levantarme por la mañana y ver gris y humo, detesto el asfalto negro, detesto el frío que cala en los huesos y el calor que abrasa en verano. Detesto saber que aquí, la gente ve exactamente lo que cree que tiene que ver. Que nadie ve más allá del cúmulo de apariencias en el que se envuelven, para ser, o parecer… no acabo de entenderlo. Parece que ahora lo que importa es aparentar ser lo que quieres ser, no aceptar ser lo que eres. Maquillaje, ropa cara, esa actitud de cada tribu urbana en la que os camufláis. El rechazo a los diferentes… ¿siempre destruís lo que no entendéis?
Miro por la ventana y llueve, entre el humo, la oscuridad. Me pregunto qué gracia tiene vivir aquí. Si por mí fuera, ya estaría corriendo por el mundo, sin mirar atrás ni una sola y maldita vez. No… no estoy hecha para esto. Soy vagabunda, bohemia, soñadora. Odio esto…
Miro por la ventana y veo resbalar las gotas de lluvia contra el cristal. Una se desliza más rápido que las demás, y va engullendo pequeñas gotas a su paso, hasta que son una piña enorme que se precipita al abismo. La enorme gota cae los tres pisos, fragmentándose, hasta que todos se estrellan contra el suelo. Y algunas pequeñas gotas la miran desde el cristal, preguntándose qué interés tenían en abalanzarse hacia su propia perdición.
¿Por qué sigo aquí? Ya he perdido todo lo que me ataba a este lugar.
Imagina un cielo nocturno. Imagina cientos de estrellas, unas más brillantes que otras. Cada estrella es una persona. Bueno, no una persona, es la representación de lo que siento por cada una de esas personas. Puede que una de ellas seas tú. Todas brillan con fuerza, con luz propia.
Ahora imagina que aparece de golpe un sol en medio de todas ellas. Un sol que brilla con toda la luz del universo, que irradia calor, alegría. Que me ofrece todo lo que nunca había tenido.
Y de pronto, sin avisar, el sol desaparece. Y los ojos quedan ciegos, cegados. Ya no ves nada en ese cielo nocturno. Sabes que las estrellas siguen ahí… pero ya no puedes verlas. Y ni siquiera tienes claro si quieres volver a verlas. Si vale la pena volver a ver una estrella, ahora que no volverás a ver el sol.
Eso soy yo ahora. Así estoy yo hoy. Soy los fragmentos doloridos y agotados de una persona. Cenizas de todas las veces que me he quemado.
O eso creía… parece que hay cosas que aún puedo sentir. Cariño. Empatía, últimamente. Mucha empatía. Y me agarro a ese sentimiento, para ver si consigo recuperar el resto. Dejar de ser de hielo. Volver a vivir, como antes…
“Si lloras porque no puedes ver el sol, tus lágrimas no te dejarán ver las estrellas.” ¿Cuántas veces me lo repitió mi madre? Ahora lo entiendo. Santas madres. Cuánta razón tienen. Siempre.
Perdí a mi sol. Le quería, y creo que aún le quiero, como a mi vida. Como no he querido a nadie. Y durante algún tiempo, temí no volver a sentir nada. Por un tiempo, quise dejar de vivir.
Pero he recuperado dos de mis estrellas. Y si me esfuerzo, iré recuperando el resto…
Sí, le quiero.
Pero hoy sé que me quiero más a mí misma.
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09/05/2010 by Mª Gumiel is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.

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